Amado Paniagua Cortés.

El primer piloto de la Aviación Militar Mexicana que murió en cumplimiento de su deber.

Amado Paniagua Cortés.

La primera víctima de la Aviación Mexicana.

Por: Cap. 1° F.A.P.A. L.A. Oscar Fernando Ramírez Alvarado.
Director de Investigación y Cultura de la Sociedad Mexicana de Estudios Aeronáuticos Latinoamericanos. SMEAL.
Miembro de la Asociación de la Escuela Militar de Aviación.
Miembro de la Asociación de Veteranos de la Segunda Guerra Mundial.
 
El característico rugido y traqueteo del motor Aztatl de 80 c.f. se dejó escuchar, mientras el humo blanco de la mezcla de aceite de ricino y gasolina con su muy característico olor, salía por los escapes junto con una fina capa de aceite que, al término del vuelo, habría de ensuciarlo todo, incluso la cara del piloto. El mecánico que le había dado el impulso inicial a la hélice, se retiró a toda prisa.


El motor estático de seis cilindros en estrella alcanzó sus máximas revoluciones y luego de comprobar su correcto funcionamiento y antes de que el motor se calentara en exceso, Amado Paniagua levantó su enguantada mano derecha y la abrió en señal de que los dos asistentes que sostenían las alas lo soltaran para iniciar el avance del hermoso biplano plateado matrícula 28-A-43 de Construcción Nacional. Este se tambaleó aparentemente indeciso sobre el campo de tierra, mientras el joven Amado con habilidad manejaba los controles y hacía los últimos ajustes con las dos pequeñas palancas que tenía al lado derecho de la cabina para ajustar el carburador mientras que al mismo tiempo comprobaba las revoluciones del motor en el único instrumento tacómetro, también de construcción nacional, que tenía a la izquierda. La hélice Anáhuac, fiel a su cometido, dio su mejor rendimiento lanzándolo al aire luego de una bien corta carrera en tierra.


La aviación era algo espectacular desde sus inicios prácticos en México a partir de 1910 y ya había creado gran expectativa entre la población, la Aviación Militar por su parte, ya tenía experiencia en los campos de batalla de la Revolución y los Talleres Nacionales de Construcciones Aeronáuticas fueron oficialmente inaugurados el 15 de Noviembre de 1915. En 1918 se creó la Flotilla de Exhibiciones Aéreas, con el objeto de darle difusión a la aviación, misma que vio su primera actuación como tal en los campos de Valbuena el 1° de septiembre de 1918, resultando un éxito total. Siguiendo una muy cuidadosa planificación, el día 26 de ese mismo mes se presentaron en la ciudad de Toluca y el 20 de octubre se presentan exitosamente una vez más, en la ciudad de Puebla, aunque aquí Paniagua sufrió la rotura de los planos superior derecho e inferior izquierdo de su avión, a pesar de lo cual pudo aterrizar de forma correcta.

 
La siguiente exhibición fue realizada en la Playa Norte de Veracruz ante una gran concurrencia. En el segundo vuelo de ese día Amado Paniagua, luego de varias evoluciones y al efectuar una vuelta Immelman, considerada entonces como muy difícil y arriesgada, de alguna manera mientras está invertido, pierde el control y ante la expectación general, se estrella aparatosamente, falleciendo de inmediato, convirtiéndose en el primer piloto en morir en la Aviación Mexicana.

 
Originario de San Francisco Jaltepec. Hidalgo, contaba con 21 años de edad el día de su muerte, 3 de noviembre de 1918. Se había incorporado al constitucionalismo como soldado de artillería en 1915 y cuando se enteró que en la Escuela de Aviación estaban recibiendo solicitudes para ingreso, él presentó la suya y debido a sus méritos en campaña, fue admitido de entre los cientos de otros jóvenes que también lo intentaron. Él y otros varios, junto con los integrantes de la Flotilla Aérea del Ejército Constitucionalista formaron la primera generación de la Escuela Militar de Aviación, recibió su Brevet de Piloto Aviador el 18 de mayo de 1918. Demostrando sus muy buenas aptitudes para el vuelo, el 28 de junio ejecutó con todo éxito la maniobra de la vuelta invertida (looping the loop), siendo el tercero en efectuarla. El 26 de agosto ejecutó la –vuelta Immelman- y fue el primer piloto mexicano en realizarla, sintiendo por esta especial predilección. Debido a su carácter jovial y alegre, se ganó el afecto de todos sus compañeros y superiores.


En la foto de grupo de abajo y de izquierda a derecha, Rafael Altamirano, Guillermo Ponce de León, Carlos Santa Ana Caraveo, Fernando Proal, Amado Paniagua, Rafael Montero, Miguel Jacíntez y Salvador G. Anaya. Durante las prácticas en el campo de Valbuena, mayo de 1918. Aun cuando la aviación había recibido un fuerte impulso, con respecto al atuendo para volar,  siempre fue un problema, debido al exiguo presupuesto asignado, los pilotos para esos menesteres debían de avenirse de la mejor indumentaria que podían, siempre de acuerdo a sus posibilidades económicas y gustos personales. Nótese en esta foto como cada uno de los nueve pilotos lleva un atuendo diferente, en especial las gorras de vuelo que son ocho modelos diferentes, desde las comunes gorras de tela de motociclista a cuadros como la que lleva Rafael Montero, hasta las manufacturadas de acuerdo al gusto como la de Amado Paniagua, que en este caso se trataba de una piel de zorro que se le dio la forma de gorra. (Actualmente en el Museo del Ejército y Fuerza Aérea Mexicana en Guadalajara, Jalisco). O la de Miguel Jacíntez hecha de una tela muy colorida que recuerda al actual camuflaje, igualmente a varios les agradaba utilizar emblemas como el mostrado, que en este caso eran las alas de aviación bordadas en hilo dorado con un pequeño avión arriba y con fondo negro. A los pilotos tampoco se les proporcionaba ningún tipo de paracaídas y los arreos que algunos llevan colgando a manera de “escapulario y cinturón de seguridad” eran igualmente artículos personales. Los goggles de vuelo eran común que los fabricaran ellos mismos con el muy novedoso celuloide transparente, tal como los que usaron en esta foto Guillermo Ponce de León y Salvador G. Anaya.





La muerte de Paniagua resaltó el sorprendente hecho (en los diarios y revistas se ventilaba mucho el tema de los peligros de la aviación) de que aun cuando los vuelos eran llevados a cabo de forma muy regular desde el 15 de Noviembre de 1915 y los accidentes eran cosa común, fue el primer piloto en morir en servicio: Para 1919 otros dos pilotos más morirían, Miguel Jacíntez en Valbuena, (así se escribía en esa época), en un accidente similar al de Paniagua solo que después de este caso, a todos los biplanos mexicanos se les reforzaron los montantes de las alas con un “alma de acero” que resolvió definitivamente problemas semejantes. Y el otro en morir fue José E. Rivera asesinado en tierra por los villistas, luego de una misión de reconocimiento y un aterrizaje forzado, cuando volvió con ayuda para tratar de recuperar su avión.

 
Poco después de morir Paniagua, se colocó su nombre en el primer hangar, como muestra la fotografía del cortejo fúnebre de Miguel Jacíntez quién falleció el 25 de abril de 1919.


Este tipo de “homenaje” debió haber causado consternación y no poca preocupación entre los pilotos pues era de esperar que alguien más sería el “que seguiría” en la lista de mártires, tal como ocurría poco después…




No fue sino hasta la llegada de aviones extranjeros, que los accidentes se incrementaron y no significativamente, resultando seis muertes en 1920, dos en 1921, tres en 1922 y así sucesivamente. Los aviones de Construcción Nacional demostraron por varios años y a todas luces que fueron realmente buenos y confiables. La muerte de solo dos pilotos en la Época Dorada de la Aviación Mexicana lo demuestra fehacientemente. Amado Paniagua fue velado en el Aeródromo de Valbuena y recibió un entierro con ceremonias dignas de un héroe. Durante su funeral sus restos mortales fueron colocados en una caja negra y el 5 de noviembre, esta, envuelta en los pliegues del pabellón tricolor se colocó sobre el fuselaje del Microplano Serie 1-C-31, avión prototipo de combate que él mismo había probado anteriormente y que había sido arreglado para el efecto. La comitiva partió a pie desde la Escuela de Aviación, pasando por las principales avenidas de la capital y una multitud los acompañó hasta el Panteón Francés donde con honores de Capitán Primero fue sepultado.




PANIAGUA.

 Gentil y grácil como el pilluelo,

ojos inquietos de calambur,

labios burlones, alma de cielo

hecha de sueños en el azur;

gorra tigresa, ¡todo su anhelo!,

de allende caza, tierras del sur;

reza su “hispano” trágico vuelo

narrado antaño por el augur…

  Reyes del cielo, los gladiadores

De orlado cuello, los vencedores

De picos férreos y torva faz.

  Llorar supieron sobre la arena

¡Aquella tarde dulce y serena

En que miraron dormidos al as!...

 

                                      Capitán Benjamín Becerril.